Magia

Sucedió en el vuelo 207 de Air Berlin, partiendo de Baden-Baden hacia Milán. El clima ya había sido pronosticado como cielos cerrados con alta probabilidad de tormenta y una humedad del noventa por ciento. Rodeado de viejitos temerosos, pero aferrados a no perder su boleto, comía cacahuates y miraba por la ventanilla, tratando de mirar tras las nubes.

Los aviones son el medio de transporte más seguro en el planeta. Para acabar con mi optimismo, decidí leer Falling Man de Don Delillo, novela inverosímil de dos aviones que chocan contra dos torres idénticas en algún país lejano. La reflexión newtoniana de los suicidas que saltan de los hipotéticos edificios en llamas me pareció muy anticuada y, al mismo tiempo, verdadera.

Los dedos de la vecina de asiento sujetaban con rabia el descansabrazos. El piloto voceó el aviso del descenso turbulento en un alemán ininteligible. Podía escuchar el crujir de dientes de la pobre señora.

El avión golpeó la pista como si se tratara de un bache de Insurgentes. Rebotó y volvió a caer, chillaron los frenos que buscaban sujetarse al suelo mojado. El piloto viró hacia un lado y luego al otro, intentando prolongar una pista que se corta antes de tiempo. La inercia nos mantenía en plácida prensa contra el respaldo hasta el momento en que fuimos liberados, y el silencio de las llantas nos sacudió y dejamos de movernos.

Las personas comenzaron a aplaudir.

¿Qué aplaudían? El hecho de estar vivos, quizá. La habilidad del piloto, tal vez. ¿O era una expresión de sarcasmo, ahora mismo, ante la cercana muerte que habíamos esquivado en zig-zag? No lo sé. Lo pensé en silencio mientras oía sus palmas y decidí que aquello lo merecía. Me levanté del asiento.

La ovación tenía que ser de pie.

Published in: on May 30, 2008 at 11:50 am  Comments (1)  

Tolerancias

Todo movimiento se traduce en pérdidas por fricción y ésta, a diferencia de lo que les dijeron sus maestros de secundaria, nunca se desprecia. Además, toda esa energía de rozamiento se traduce en calor, el cual de alguna u otra forma es indispensable sacar del sistema para evitar catástrofes.

Por tal razón, a la hora de diseñar un dispositivo con partes móviles, no sólo es indispensable la elección del lubricante, sino también la correcta definición de la tolerancia geométrica entre los objetos en traslación o rotación.

Tomemos el caso más simple: una flecha que gira en un hoyo. A la hora del diseño, el diámetro de la flecha y el hoyo están definidos por la función del aparato en cuestión. Lo que queda saber es hasta qué grado de precisión es factible elaborar las partes. El primer factor a considerar es la técnica, el grado de exactitud que el proceso de manufactura permita. Una vez establecido que es posible la creación, se pondrá en juego el segundo factor, el económico. De acuerdo a las necesidades del aparato, se elige una categoría subjetiva que mejor represente los requerimientos funcionales, y luego ésta se traduce en numeros, que definen el margen aceptable de desviación a la hora de el control de calidad.

Todo movimiento se traduce en fricción, especialmente en un mundo de culturas y religiones con idiosincracias labradas en roca. Toda esa energía de rozamiento se traduce en explosiones y más calor, el cual ya empieza a incomodarnos a pesar de la buena distancia con el medio oriente.

A la hora de diseñar una política exterior, no sólo es necesario planear visitas a fórums burbujeantes de multiculturalidad y diversidad, sino también definir correctamente lo que se tolera y cómo se tolera. Los diámetros de la occidentalidad y el islam (por usar un ejemplo burdo), están menos definidos de lo que a primera vista pareciera. A fin de cuentas hablamos de organismos vivos, no de acero fundido.

Tampoco es aconsejable olvidar una regla básica en la elección de tolerancias: entre más grande la pieza, menos tolerancia es posible demandar. Sería tan estúpido pretender un cambio eficaz en la sociedad machista a partir únicamente de leyes que así lo dicten, como lo sería esperar una desviación nanométrica en los rodamientos del motor de un submarino. Eventualmente la técnica nos llevará a poder implementar ambas cosas si así lo deseásemos, pero habría que preguntarse si no hay otro modo mejor.

Evidentemente lo hay. Si elegimos al individuo en lugar de al grupo como foco del diseño, es posible demandar mayor precisión e inteligencia a la hora de la tolerancia. La clave recae en permitir al individuo el acceso a un vasto cúmulo de información diversa.

Así se comportará menos como un metal templado y más como una cadena polimérica, dispuesta a encajar sin tanto problema.

Imagino que también habrá quienes, a pesar de todos los beneficios, se rehúsen a aceptar el feo mecanismo producto de todo ésto. Dirán que es una herejía o un hijo del relativismo moral. Querrán destruirlo, puesto que no se ajusta a la imagen estético-moral que ellos esperaban.

Sin saberlo, se volverán al poco tiempo en tornillos y clavos desgastados, y tendremos que guardarlos en un cajón para no usarlos más.

Published in: on May 27, 2008 at 6:00 pm  Deja un comentario  

Control

Desde hace algunos días vengo pensando mucho sobre el suicidio. ¿Qué lo motiva? ¿Cuánto tiempo tarda uno en decidirse? ¿Hay suicidios de pasión, premeditados, inevitables o justificados? Y es que no entiendo las interpretaciones que dan mis contemporáneos sobre el fenómeno: no me explico que tiene de fácil la llamada ‘salida fácil’, con tanta gente que se arrepiente en el último momento o que falla en su intento de tomar la vida propia.

Veo, ante la pesadez de la muerte, ligereza de ideas a la hora de juzgar.

Para iniciar el análisis, supongo lo siguiente: todo suicidio tiene su base en un cambio de estado. Del ser al no ser debe existir un escalón que divida. Culpa de ésto lo tiene la visión de mundo que los seres humanos adjudicamos a los eventos: debe existir una causa para cada efecto. O, en otras palabras, ‘nadie se mata porque sí’.

De esta suposición paso ahora a la teoría de control de lazo cerrado. Tomemos la entrada E() como el estado del individuo, la planta G() como la manera en que dicho individuo interpreta la entrada E() y la convierte en la salida S(). Supongamos, en una simplificación arbitraria, que el individuo reacciona proporcionalmente a los cambios de estado en E() con un controlador P(). Es decir, entre más drástico sea el cambio en el estado del individuo, más drástica será su respuesta. Una infidelidad lleva a una semana de borracheras, mientras que un divorcio a una orden de restricción.

Ahora bien, supongamos que el individuo en cuestión nació con un controlador P() ajustado con una constante de proporcionalidad demasiado elevada. Es fácil de identificar, pues sus reacciones son irracionales para la demás gente. De niño se golpeaba con otros niños con frecuencia. De adulto era incapaz de mantener una relación sentimental prolongada. Eventualmente un cambio en su estado provoca una respuesta con un sobre-tiro mayor al doble de lo necesario. El controlador del sujeto es inútil para estos casos, e intenta bajar rápidamente, lo cual causa un sobre-tiro negativo aun mayor. La sucesión de reacciones es inestable y su amplitud crece conforme el estado real se mantiene constante. Finalmente la planta G() del individuo no puede más con la amplitud exigida por P() y se autodestruye.

Con la misma base teórica es posible entender a los psicópatas como individuos que ajustaron su constante de proporcionalidad a niveles muy por debajo de la media: son incapaces de procesar mediante su planta los cambios que provocan, ya que el cambio de estado tarda mucho en ser percibido, o incluso nunca lo es.

¿Qué pasa entonces con aquellos que, sin llegar a la inestabilidad que crece exponencialmente, se mantienen en un estado infinito de oscilación entre dos puntos que nada tienen que ver con el cambio experimentado? En el diagrama del lugar de las raíces se colocarían sus polos exactamente en el eje imaginario. En la vida real les llamaríamos locos…

Published in: on May 24, 2008 at 11:56 am  Comments (1)  

Simulación

No sé ustedes, pero yo de niño amaba los Legos. Podía pasar horas en solitario silencio colocando pieza de plástico sobre pieza de plástico e imaginando que mis creaciones deformes cobraban vida y se golpeaban entre sí. Como en la tele los Transformers. Mis padres decían, como los padres de todos los niños que juegan con Lego: Será arquitecto o ingeniero civil. Y a fuerza de repetición lo lograron y aquí me tienen, diseñando partes día tras día.

Lo que mis padres ignoraban -o ignoran aún-, era el motivo subyacente en mi afán constructor. No sabían que el disfrute máximo de su servidor radicaba en lo que no se ve. Cada pieza superpuesta era una palabra más en la historia de los mundos extraños y divergentes que usualmente se inventan los niños ociosos como usted o yo, querido lector. Una vez terminada la tarea mecánica, trataba de mantener el estado de credulidad suspendida en la historia, hasta que la verosimilitud del mundo se viniera abajo y, con ella, yo mismo destruyera lo construido y volviera a empezar.

Llegué a tener tal cantidad de Legos (yo era un niño mimado) que construía ciudades enteras los días de lluvia. Hace ya algún tiempo, me enteré de la existencia de un parque temático que pretende enseñar a los niños a vivir en el mundo moderno. Mundo de adeveras, se llama. Producto de la enfermiza mente de algún adulto que nunca jugó con Legos, el parque busca divertir a los niños enseñándoles el funcionamiento del mundo de los adultos. Los mundos imaginarios del juego son suplantados por una farsa. Pueden elegir una profesión, manejar dinero, preocuparse por su historial médico y muchas otras responsabilidades que prometen horas inacabables de entretenimiento mientras sus cerebros son indoctrinados con marcas publicitarias. ¿Porqué esperar hasta que tengan capacidad de crítica?

Me pregunto si en la simulación de ciudad habrá simulación de apatía y desilusión. Lo siento Pablito, tu perfil de empleado dista mucho de lo que necesitamos para el puesto. Me pregunto si habrá simulación de borracheras y tardes solas simuladas viendo programas deadeveras repetidos hasta las tres de la mañana.

¿Una advertencia de amigo?

Como dice Morfius: «Si mueres en el mundo de adeveras, también mueres en la realidad»

Published in: on May 22, 2008 at 10:00 am  Comments (1)  

Muerte

¿Traerá mala suerte empezar a escribir una bitácora con esta palabra? Es decir, lo típico es terminar, renunciar, desaparecerse, volar y olvidarse con un bonito post dedicado a tal fenómeno. Tiene lógica: le añade caché, vértigo y universalidad a lo previamente escrito, y es cosa que acostumbran los autores de mejor sueldo.

All Plots Move Deathward, nos explica Delillo en su comedia White Noise.

¿A qué le tiro nombrando a la señora parca tan rápido? ¿Podré acaso mantener un lector interesado, soltando así de buenas a primeras el as narrativo por excelencia? Podría farolearlos –bluffearlos, en spanglish– prometiéndoles más y más sangre, una montaña de cadáveres, un holocausto nuclear, una carretera de McCarthy o un experimento fallido del cual ya nadie tiene memoria. Ni pensarlo.

El problema es que leen a un Ingeniero.

(Podrían estar leyendo cosas exponencialmente más interesantes que mis palabras y sin embargo aquí siguen. Lucas 23,34)

Y es que todos los Ingenieros, aunque especialmente nosotros, los Mecánicos, pensamos de maneras un tanto diferentes. Pensemos en un coche, por ejemplo.

¿Saben con cuántas partes móviles cuenta un motor de combustión interna, digamos un Otto de seis cilindros? ¿Saben quién se encarga de comprobar que sus piezas estén en orden, que las tolerancias geométricas se cumplan, que el aceite y los aditivos no aceleren la corrosión de las flechas, que su árbol de levas sea diseñado en perfecta sincronización?

En el estudio de los Elementos de Máquinas se establecen los ciclos de vida de cada parte, pequeña o grande, mísera e irremplazable. Se crean protocolos internacionales para probar y comprobar su funcionamiento –como el conocido ISO y el DIN– y se establecen factores de seguridad para minimizar los accidentes. Porque, nos guste o no, los casos de falla, quiebre, corrosión, desgaste, deformación y fatiga pueden ser correlacionados entre sí de forma estadística logrando un desempeño general consistente y aceptable, aunque sería imposible –por razones económicas– brindar la seguridad al 100%. Desde el momento de la planeación, si se tiene el know-how, es factible diseñar para que el mecanismo aguante el tiempo necesario y ni un ciclo más. Con pequeñas excepciones, claro.

He aquí que podrán imaginar por qué un ingeniero ve la Muerte desde una óptica oscura –A Scanner Darkly, según K. Dick y 1 Corintios 13– y lo difícil que resulta para un hombre de engranes creer en una deidad benévola y omnipotente. Contando con toda la destreza técnica que resultó de elaborar sus propias leyes físicas, la disponibilidad de usar los mejores materiales, los algoritmos de control más sofisticados, la misma creación del entorno y, con ello, sus mecanismos de protección, todo esto considerado, finalmente la deidad hipotética termina con un producto mediocre que caduca a los 72,5 años, en promedio. Comparado con la vida de una estrella o un planeta, la de un servidor no es más que una bujía o un retrovisor pirata.

El proyecto de crear al ser humano no hubiera pasado por el inspector de calidad más laxo sin un soborno, se los aseguro. Especialmente en estas épocas de crecimiento sustentable, cambio climático y Pangea Day.

Por ahora me despido, pues he olvidado unas pruebas de rodamientos para tráileres [MARCA BORRADA POR MOTIVOS DE CONFIDENCIALIDAD] que llevo dos semanas posponiendo y que, de seguir escribiendo, terminaré por inventar sus resultados.

¿Una recomendación de amigo?

Conduzcan despacio.

Published in: on May 16, 2008 at 8:29 pm  Comments (1)